La paulatina importancia en el plano internacional que ha ido adquiriendo la República Popular China, desde la era Deng Xiaoping hasta ahora, han situado al país asiático en la primera línea del escenario, hasta ahora liderado por países europeos y Estados Unidos. China ha pasado de ser una potencia regional a convertirse en una potencia mundial.
No obstante, a pesar de la importancia de la República Popular China a nivel económico, diplomático y productivo, no ha sido un país, hasta la fecha, que se haya prodigado en exceso en la realización de viajes gubernamentales al exterior, algo que sí han venido realizando pares suyos como Japón, Corea del Sur o Singapur, entre otros.
Sin embargo, la aparición del virus COVID-19, o SARS-CoV-2, precisamente en China, así como el enorme impacto de la pandemia en la práctica totalidad del mundo, han acelerado determinados cambios en la geopolítica que estaban, tímidamente, en marcha. La República Popular China, en su gestión del COVID-19 dentro y fuera de sus fronteras, ha transmitido al mundo una imagen de liderazgo, solidaridad y logística que ha desplazado, al menos temporalmente, a aquellos actores que solían ejercer dicho papel en situaciones de este tipo . La rápida reacción de China -en cierto modo favorecida por su sistema- y la muestra de la misma a través de los medios de comunicación han servido al ejecutivo de Xi Jinping como escaparate ideal frente a sus principales competidores internacionales.
El papel de liderazgo de China en la crisis del COVID-19 no implica, con total seguridad, que el país asiático se erija como baluarte indiscutible de la geopolítica a partir de entonces. Expertos en la materia aseguran que el mundo post COVID-19 será un escenario no polarizado en el que países y territorios han de fomentar la cooperación mutua; un mundo orientado hacia la gobernanza global y el multilateralismo eficaz . Es cierto que tanto China como Corea del Sur, Taiwán o Singapur se sitúan en una posición privilegiada al respecto de la pandemia y sus consecuencias, dado que se encuentran en plena recuperación sanitaria y económica, con una relativa vuelta a la normalidad en la mayoría de núcleos urbanos y actividades socio-económicas.
La Globalización, entendiendo su inicio efectivo a mediados de la década de los años ochenta del siglo pasado, ha pasado por tres fases bien diferenciadas: una primera fase militar, una segunda fase de relajación y una tercera fase, la actual, económica . Tiene cierto sentido imaginar que, tras el fin de la pandemia de COVID-19, la Globalización avanzará hacia una cuarta fase de cooperación y/o “reconstrucción”. Resulta evidente que, en este escenario, países como China o Corea del Sur -en menor medida- jugarán un importante papel, más incluso del que jugaban hasta ahora.
La rápida intervención de las autoridades chinas y surcoreanas ha permitido, en cierto modo, salvaguardar la estabilidad financiera de sus respectivos países a través del respaldo a los mercados interbancarios y el apoyo financiero a empresas afectadas. Estas actuaciones han derivado en una relativa vuelta a la normalidad en ambos países: la mayoría de empresas han vuelto a abrir sus puertas, los empleados locales están de nuevo en sus puestos de trabajo y se ha reanudado la actividad gubernamental a niveles locales.
La recuperación, o práctica contención, del virus en países asiáticos, con China y Corea del Sur a la cabeza, no ha implicado una recuperación total a nivel económico en los mismos por el momento. De acuerdo con ello, el PIB de China ha caído un 6,8% en el primer trimestre de 2020 a causa de la pandemia de COVID-19 , aunque las previsiones apuntan hacia una recuperación contenida.
Este probable escenario, en el que países asiáticos se han recuperado o no han sufrido un gran impacto a causa del COVID-19, nos lleva al planteamiento de un posible traslado del foco geopolítico a la zona, con China a la cabeza de la misma. Es decir, de cumplirse las expectativas de expertos en política internacional, países como China o Corea del Sur viajarían más al exterior, así como recibirían una cantidad superior de representantes gubernamentales e institucionales que la que recibían antes del COVID-19.
Aunque la tendencia es a un mundo menos polarizado, esta cuarta fase de la Globalización arrancaría, por motivos obvios, en aquellos destinos en los que el COVID-19 ha tenido un impacto menor o se han recuperado con mayor celeridad, y ese foco en la actualidad se encuentra en Asia, en países como los mencionados, u otros como Vietnam, Tailandia, Camboya, Filipinas o Indonesia, cuyas capacidades productivas resultan clave de cara a la cooperación en el escenario post COVID-19.